Sé que este evento se llamaba Invasión Chapina, pero a mí me gusta llamarlo mi Moby Dick personal. Llegue a un punto en el que pensé que nunca presentaría en El Salvador porque cada año, desde 2017, había perdido la esperanza de ser invitado a algún festival. Supongo que mi asocialidad hace que por momentos me juegue en contra. Alguien me dijo una vez que, si quería que me reconocieran solo por mi buen trabajo, me iba a tocar quedarme a esperar sentado, y con lo que me gusta estar sentado…

¿A quién engaño? Soy un maldito idealista del buen trabajo (parezco Boomer en ese sentido) y creo que ser reconocido por tu trabajo no solo debería ser el ideal sino la norma. Menos palabras de adulación y más acción, preparación y desempeño en el escenario.

Afortunadamente, dentro de Comedia con Banquito hay muchas personas que de alguna forma comparten la misma ética de trabajo a un nivel menos enfermizo que yo. Y como planetas alineados, junto a tres rebeldes salvadoreños al mejor estilo de Star Wars, o mejor dicho, tres Ovejas Negras con el ímpetu del tamaño de un imperio, se unieron para crear el show de Invasión Chapina.

Salí a la 1:00 AM hacia El Salvador un viernes 13, para deleite de los supersticiosos. Ese mismo día era el show, ese mismo día llegué, y mi retorno sería el sábado por la mañana: fui al mandado. Wally y Oliver estaban en El Salvador desde el martes, así que cuando llegué a la habitación del hotel me esperaban impacientemente bien dormiditos. Hice lo que corresponde a cualquier persona sensata que acaba de llegar de un viaje de 5 horas en bus: los desperté saltando en la cama.

El resto del día antes del show fue bastante estándar, y con eso me refiero a aparecer en la televisión nacional, visitar un par de estaciones de radio y empezar a beber desde las 9 de la mañana. Ese es el trabajo que no se ve. Mi interacción con extraños, necesariamente sobrio, raya en lo inlograble.

Nos trataron exquisitamente durante todo el día, tanto así que para las 3:00 de la tarde ya estábamos listos para tomar una siesta de 2 horas, empezar a alistarnos a las 5:00, comer algo y hacer el show a las 8:00. Es algo que me gusta de convivir con comediantes: podemos estar en plena joda durante todo el día, pero una hora antes el ambiente cambia a total concentración (para la mayoría).

Me tocó presentarme después de Wally y antes de Oliver, cosa que agradezco y que cualquier comediante que se presenta por primera vez en un lugar lleno de gente debería apreciar también, ya que ese espacio es el más seguro en cualquier alineación.

Quisiera describir mejor lo que se siente sobre el escenario cuando escuchas la primera risa y entiendes cómo navegar el resto del punteo. A riesgo de sonar como religioso en pleno retiro cristiano: “Tienes que vivirlo para entenderlo, bro”. Es fugaz cuando te va bien, interminable cuando te va no tan bien. El propósito es siempre hacer reír y así obtener tu dosis como el farmacodependiente que te has vuelto por sacarle a la gente una reacción que no esperaban tener, pero que provocaste con esa idea aleatoria que un día apuntaste para regalársela a los extraños.